viernes, enero 28, 2011

Neza Arte Nel: 10 postales del oriente de Edomex


Por Lilián Anaya

Desde hace 10 años, este grupo de artistas plásticos se ha dedicado a plasmar su arte en paredes, bardas, muros y edificios, con la finalidad de encontrar una identidad. Neza Arte Nel es un colectivo que nació en el municipio de Nezahualcóyotl, en el estado de México, y está encabezado por Miguel Ángel Rodríguez alias Lupus.

Desde hace 10 años expresan su arte a través del muralismo de barrio y el graffiti. Los integrantes, son jóvenes artistas oriundos de la zona oriente de la demarcación y los cuales se encargan de marcar edificios públicos con pintas que reflejan la situación actual mexiquense, sobre todo de las zonas marginadas que existen en la demarcación.

Sus obras también han llegado al Palacio Municipal de Neza, así como en el Faro de Oriente, la línea A del Metro, en Pantitlán, Los Reyes La Paz, entre otros. El grupo artístico está conformado por "Tacho", el "Diego Rivera local", Alfredo Arcos, entre otros.

Sus obras se caracterizan por ser temporales, además de que buscan renovar el muralismo incorporando el graffiti, con lo que crean combinaciones de los nuevos y viejos elementos de ambas corrientes. El colectivo se dice estar en contra se la imposición ya que lo único que buscan es un espacio donde plasmar su plástica que se pueda disfrutar solo o en grupos, y para todos los públicos; dejando la moda atrás para buscar una identidad.

Sus murales también se han plasmado en las delegaciones de Iztapalapa, Tlalpan, Alvaro Obregón, Coyoacán.

Tomado de: http://www.eluniversaledomex.mx/nezahualcoyo/nota12423.html

visita el fotolog de Neza Arte Nel: http://www.fotolog.com/ciudadnezia/about

martes, enero 18, 2011

Alfredo Arcos, El hombre de las Maravillas


Manifiesto de Alfredo Arcos. La Revolución Sandiísta



¡Viva el manifiesto de la revolución sandiísta!
¡Viva la clitoricracia y el anarcosandiísmo!
¡Viva la resurrección del culto al pulque humano para todo enano!
¡Viva su propuesta del nuevo arte público tri y bidimensional para ciudad necense!
¡Viva la venus de Neza como ininterruptible paridora de futuras madonnas lesbiano-transgénero!
¡Viva el proyecto escultórico de arte libre y directo sobre el tema de las mamas de las mamás de sus ex-amigos necences!
¡Viva su curso introductorio al perfeccionamiento de la técnica precisa para aprovechar los recursos naturales propios y ajenos: Adiós al pulque humano para el mexicano!

Execro a los poetas aputarrados. Estoy asqueado de tanto lloriqueo de mal gusto. La venus de Neza sigue dándole el culo a los poetitas que no se atreven a olerla.
Nadie dijo nada, sin embargo todo mundo guarda el olor de sus axilas.

¿De quién fue la idea de pervertir y masturbar a los maravillosos enfermos que nos enseñan a ubicar al mundo de manera distinta?
Mejor volver a la clandestinidad luminosa.

Mejor dejar que el cabello crezca tan largo como el vello púbico de las grandes avenidas de la prostitución necense y seguir mamando de las mamas de las mamás de mis examigos.
Es cierto, es mejor regresar al rinconcito húmedo y caliente de las querendonas mamás de mis examigos necenses, o tal vez sería mejor enmugrarse nuevamente y crecer frente a los colores del arcoiris que se inclina orinándose en cada esquina.

Dios ebrio, ilumíname. Estoy asqueado de los culitos putrefactos hambrientos de poder.

Ayer iluminé mis sandías ahuecadas con el llanto caliente de las veladoras que se desnudaron frente a cada poema vivo, texturado, resplandeciente de ubres alimentadoras.

Siempre quise formar parte del único y necesario gran centro cohesionador de la cultura del arte lúcido necense.
Siempre quise aportar nubes eléctricas al sesudo vientre de la madre patria.
Siempre quise cambiar mi deber cotidiano líquido por cualquier maravilloso orificio de cualquier mamá de mis examigos necenses.
Neza: Municipio erecto.
Ciudad necense: Municipio en proceso de erección.
Me preocupan los cerebros marchitados por tanta puta droga inoculada.
Mejor cambiar la dieta y crecer entendiendo el arte de la cocina sandiísta.
¿Cómo le haré para teñir de lodo mi alma? El alma es eterna y sus infiernos agonizan censurados gracias al sórdido nacimiento azul. Su salsa se derrama haciendo lloriquear al poeta de ano rasurado y bien lubricado.
Los pintores mediocres no se imaginaron como eternos rebeldes:
Decíamos que Alfredo Arcos ha muerto…
¡Viva el uei!


***


Recientemente se publicó el libro "Alfredo Arcos, el hombre de Las maravillas". Es una obra biográfica escrita por Rocío García y Antonio Malacara que incluye una serie de comentarios acerca del artista y su obra por parte de algunas personalidades, como Daniel Manrique, muralista, fundador del movimiento Tepito Arte Acá:
“Alfredo comenzó a plasmar lo que tenía más cerca, y precisamente creo que fue uno de sus tantos aciertos. Yo le vi pintar, con una fuerza verdaderamente brutal, orgías de perros, también rostros humanos de aquellos chavos banda en sus inicios, los incipientes chavos banda de Ciudad Neza. Aunque eso nada tiene que ver con el grafitismo actual; ni siquiera con el rotulismo, como yo lo llamo.
“Creo que Alfredo Arcos es verdaderamente auténtico. Con muchas influencias de las que pudo agarrarse, pero a final de cuentas, con su capacidad, lo que pintó resultaba ya casi un estilo, pero no porque lo anduviera buscando, sino porque, en cada quien, el estilo resulta. Y también porque se va reflejando en uno mismo el ambiente a que uno pertenece. En ese sentido, Arcos manifiesta un estilo verdaderamente brutal en cuanto a fuerza de expresión”.

Tomado de: http://lavida-real.com/joomla/index.php?option=com_content&task=view&id=187&Itemid=92

Total, ya estaba muerto


Por Ricardo Medrano Torres



A chupar que el mundo se va a acabar. No queda más remedio que beber para ahogar penas, porque con pan y alcohol son más buenas. Dice Pancho mientras empina el codo y “hasta no verte Espíritu Santo”. Cansado de las riñas con su mujer y de la infidelidad de ésta con el carnicero, decidió exiliarse un tiempo en Guadalajara.

Pidió su liquidación en la empresa de telefonía y disfrutó de la vida por dos placenteros meses. Una vez terminado el capital, vagó durante quince días con sus noches y durmió en la banca de un jardín público, hasta que en un atraco le quitaron la cartera y, con ella, el último billete de veinte pesos. Entonces decidió regresar a su casa en México y hacer de tripas corazón. Total, nada que el jabón no quite ni desenmugre. A dónde más ir que con sus hijas y la piruja de su mujer.

Como pudo, logró reunir dinero suficiente para el boleto de autobús rumbo a "su casa". Al llegar, desde la puerta, vio un ataúd en pleno patio y sus respectivos cuatro cirios.

—Quién se murió —preguntó a un desconocido que hacía las veces de portero.

—Pues el dueño de la casa. Dicen que lo atropelló un autobús y lo dejó irreconocible. Lo identificaron por la credencial de elector —respondió el hombre.

Sorprendido, no se atrevió a entrar. Vio a su mujer y a sus hijas que, sin manifestar tristeza, repartían café y pan de dulce a la concurrencia. Le dio pena arruinar el momento. Se dio cuenta de su suerte y decidió morirse para siempre. Regresar a Guadalajara era la mejor opción. Total, él ya estaba muerto y mañana, seguramente, lo enterrarían para siempre.

Ilustración de José Guadalupe Posada.

viernes, enero 14, 2011

Ya vas que chutas


Por Ricardo Medrano Torres


En el barrio lo típico era la cascarita, para apostar los refrescos o por jugar el honor. Casi siempre era con una pelota ponchada, de esas rojas que nos negábamos a tirar a la basura. Era a todo dar tirar patadas y quedarse con el dedo gordo del pie derecho adolorido por la dureza del balón.

En las cáscaras de fut, había lo mismo Pelés que Batatas dribladores. En mi calle había un tipo que jugaba con la pata pelona y no le temía ni a los vidrios ni a las piedras. Ese sí era todo un pata de perro. Las porterías se empotraban en la imaginación y se marcaban por dos piedras de regular tamaño, separadas una de la otra por el número de pasos que se acordaran entre ambos bandos.

El fut en la cuadra significaba la oportunidad de vencer al rival vecino. Jugar de a los chescos era el parapeto para ganarle al equipo contrario, prácticamente, la hombría. El vencedor se pavoneaba de ser el campeón.

En el equipo improvisado siempre había el estrellita y el que se la rifaba para portero, aunque llegando a la casa siempre se lo rifaban con el palo de la escoba o con el cable de la plancha. Había los no muy buenos para la patada, estos entraban de refuerzo y eran muy truchas para el tirito –la bronca–. Casi siempre el agarrón era seguro y el pique inicial entre dos, se generalizaba hasta volverse campal. Rocaso seguro y apañón al que se caiga, le partían su jefecita al caído.

Los reclamos no se hacían esperar y la mamá del vecino reclamaba en casa ajena al provocador y agresivo que tundiera al retoño inocente producto de sus entrañas.
Pero el fut no era lo único que nos quitaba el tiempo y el dinero de las tortillas. Había canicas y pretendíamos engañar a nuestra jefa diciéndole que el dinero había escapado misteriosamente de nuestro bolsillo, a causa de un descuido. Pero la jefa, con colmillo retorcido y dientes postizos, no se tragaba la mentira; de inmediato intuía que la feria de las gordas yacía en el cocol rifándose su águila y su sol con las cuirias.

De a tirito eran los encuentros y cuando más faltos de liquidez andábamos, le entrabamos al tacón o al trompo, al balero muy poco, pues éramos medio majes para entrarle al agujero. Recuerdo que siempre hubo un vago y el que se rajaba con su jefa por que le ganaron las canicas o el dinero. Como si las canicas fueran eternas y no costara un billete de la corregidora y el maguey, aprender a tirar de uñita o de güesito, tirar tragándole y bajándose como las barajas, el ogado mueres o el no hay calacas ni palomas, chiras pelas y otras tantas. El montón de canicas y dinero tenían paridad al cambio.

Se estrechaban las manos de uñas mordisqueadas, rellenas de tierra, para enfrentar al equipo contrario, aquellos a quienes decíamos los panaderos, porque en la esquina de su calle había un changarro con ese giro. Cada equipo tenía un patrocinador de mayor edad y el fútbol generaba rencillas, el pique entre los grandes se volvía pique entre los chicos –sin ánimo de ofender.

La pelota se ponía en juego, rara vez pateábamos un balón; esos eran únicamente para las ocasiones especiales: cuando íbamos a jugar a la deportiva de la Magdalena Mixiuhca o al campo de la calle siete. Golpeábamos las puertas y los vecinos se desgañitaban mentando madres y amenazando con llamar a la patrulla –como si fuéramos a caber todos en las patrullas de bocho o en una Julia.

Había un vecino medio tocado del céfalo, quien cuando andaba en estado de ebriedad sacaba la wínchester del abuelo y amenazaba con ella, provocando el miedo y la necesidad de buscarle un apodo: El fusil, se le dio por buen nombre y casi siempre y por pura mala fortuna, la pelota caía dentro de su jardinera cercada con alambre de gallinero o golpeaba en su puerta.

“Córrele que sale el ruco y nos balacea”, se oían las advertencias de terror. La calle quedaba desierta y segundos después, como ratas de campo, uno a uno regresábamos para retomar las acciones del partido. Para el tacón los había vagos, pero, para construir pistolas lanzafichas –corcholatas– nadie nos ganaba. Los había muy ingeniosos que saciaban sus instintos bélicos en la espalda del enemigo, capturándolo y fusilándolo a la manera de la Revolución. Había Patons y guerreros del combate de la tele.

También había guerritas con las cáscaras de naranja que depositaba en nuestra esquina la señora de los jugos. Las llenábamos de tierra y las dejábamos ir en contra del oponente. Había chillones y fusilamientos, caras rojas y ojos llenos de piedritas, no había esperanzas de que nos pavimentaran la calle y nos desquitábamos de las cuerizas que nos ponía nuestra esquizofrénica madre, echándole jugo de naranja en la cola al más barco de la pequeña pandilla.

También jugábamos a las escondidas, al cinturón escondido, a las cebollitas –para cachondearnos a los gorditos, los que más se asemejaban a las redondeces femeninas–, al bote pateado y a platicar cuentos de fantasmas con las chavitas de la misma calle, en una esquina oscura y tenebrosa. Comprábamos un peso de masa en el molino del maíz, para jugar a la comidita. Las niñas, reproduciendo la eterna abnegación femenina, sancochaban la plasta de maíz molido sobre un comal improvisado: la tapa del bote de pintura, aún cubierta de resquicios rojos de mal sabor que siempre nos empachaban.

La malicia empezaba a despertarnos la sesera y los ojos más avezados le volaban al jefe las revistas eróticas, que este escondía debajo del colchón. Ver pelos era lo máximo y nadie imaginaba que todavía hubiera alguien a quien no se le hubiera parado el tilín con sólo ver las escenas morbosonas de la tele. Quedarse con la revista era el máximo anhelo de todos; arremolinados y en bolita para que nadie sospechara de nuestras cachondas intenciones. Había silencios y no faltaba la broma del que le pregunta al azorado primerizo: “¿tú se la mamabas? El otro contestaba muy orgulloso –como sintiendo que la afirmación le daría etiqueta de arrojado– que “si”. “Pero a su güey” –era la respuesta que congelaba el ánimo.

Jugábamos a apedrear las lagartijas cuando asoleaban sus rugosas pieles sobre los tabiques ligeros de alguna construcción inconclusa. Estos lugares eran los castillos de la pureza de los sueños, los sitios para apartarnos de la realidad que vagaba en las calles y se zambullía en los charcos de lodo durante los meses lluviosos.

Nos gustaba encontrar objetos rescatables en los basureros: los polvos de amor de la madre Matiana, las vudúes brujerías en forma de muñeco rojo con sus respectivos alfileres; licuadoras oxidadas que nos hacían imaginar la posible compostura; mangueras para la lavadora –de las que yo me agencié una para la causa y se convirtió más tarde en mi azote personal cuando me pasaba de vivillo–; los hasta ese momento desconocidos condones –usados por supuesto– con su contenido ex vital y desagradable al tacto –acertaron, metí los dedos en uno usado.

El basurero era la trinchera para las guerritas de a rocasos. Era el sueño de volvernos ricos canalizando los materiales de desperdicio; vender los botes y latas viejas para sacarles una feria, que luego llevaríamos al cocol de las canicas o a la pared más dura para jugar retachaditas, rayuela u otra cosa. Éramos los viñeros de entonces, muchos sin la necesidad de hacerlo y otros con las ganas de ganarse una feria para arrancar una sonrisa a la jefa luego de llevarle las tortillas, compradas con pujidos de costal de ixtle lleno de desperdicios industriales.

En los meses lluviosos, los charcos se llenaban de hijos, grandes colonias de ajolotes. Verdaderas tumbas de lodo que nos dejaban los zapatos embadurnados. Había caminitos para cruzarlos, sorteando las temblorinas piedras, que inseguras amenazaban con derribarnos. Los mayores iban a trabajar y tomaban el camión sobre la avenida Pantitlán, aún no había micros ni con ellos división de clases entre los jodidos que viajan en chimeco y en pesera.

Tal y como iban secándose los charcos al finalizar la temporada de lluvias, las familias terminaron de pagar las letras del terruño y los escuincles pudieron ir a la secundaria, y luego al CCH y luego al Politécnico o a la Universidad, una vez concluidos los reglamentarios seis años primarios en una escuela urbana federal.
El deporte de los mayores era practicar el chismorreo y gracias a esta sana diversión pudimos saber que la esposa de don “tal” le ponía los cuernos en un hotel del entonces Cine Lago con un panadero –qué original–. Y que don “tal” la fue a sacar de su nido de amor y la azotó encuerada por toda la avenida Pantitlán, para que se le quitara lo buscona. También supimos que la delatora era de la misma calaña, y que la revelación fue producto de una revancha, porque esta última le había echado el ojo primero al señor de profesión bizcochero.

Otros juegos notables eran las apedreadas a los chantes de la gente indeseable. Había el Loco que abría las puertas a patadas y luego echaba a correr para escapar de los afectados doblando la esquina. Pero una vez llegado el mes patrio, tronábamos cuetes y nos valía un cacahuate las narices ahumadas. Festejábamos la independencia manteniéndonos al margen de los adultos, quienes generalmente platicaban tonterías y luego platicaban pendejadas, para concluir agarrados del chongo.

Amanecíamos acurrucados, cuando nos daban permiso, apretujados los unos con los otros, sin imaginar que la niñez solo se vive una vez, soñando que éramos grandes, soñando que algún día tendríamos recuerdos. Hoy, muchos de los chiquillos de ese entonces son ciudadanos de Neza con oficio y trabajo estable, otros emigraron a los Estados Unidos a traer billetes verdes, otros se mudaron de barriada con la huella de haber vivido un segundo en el terruño del coyote, y otros, desafortunadamente, crecieron solo para morir o para extinguirse encerrados en la cárcel.

Los juegos, unos crueles y otros más, llevan la marca de una compañía que no se dará nunca en otros estratos, son y seguirán siendo los que configuraron la mentalidad de muchos Nezences, su despertar al sexo y a la imaginación.
–Qué, ¿una cascarita?


Fotografía de Gabriel Orozco (México, 1962), Pelota Ponchada. Tomada de: http://fundacioncoleccionjumex.arteven.com/h/08_an_unruly_history_of_the_readymade_2.htm

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